Metroludismo
En aquellos años, el metro de la línea 7 salía llenísimo desde El Rosario. Casi la totalidad de los viajeros, porque no se nos podía llamar de otra manera, bajábamos en la estación terminal de Barranca del Muerto, luego de cuarenta o cincuenta minutos de trayecto.
Era la línea de segunda, o tercera, a la que iban a dar todos los trenes viejos, de aquellos que se usaron cuando los inicios del Metro. SU vagones tenían la disposción original de tener los asientos enfrentados. O sea, ibas sentado frente a frente compartiendo indiferencia de compartir esta ciudad. A los vagones más nuevos se les pusieron los asientos de tal manera que ahora se viaja dando la espalda a tu conciudadano. Pero, bueno, aquellos de la línea 7 eran lo de irse mirando, estudiando cada pestañazo a falta de periódico para leer.
Recuerdo que una mañana se subieron unos chavitos de secundaria. Irían de pinta, yo creo, porque esos chavos nomás no eran de las caras a las que te vuelve habitual. Su uniformes azules los tengo muy presentes, a pesar de la velocidad con que se colaron al interior en cuanto se abrieron las puertas y se sentaron frente a frente, sin sentir las miradas de encabronamiento de la concurrencia. Y el tren echó a andar, y ellos a jugar. Sí, sacaron una baraja de Uno y empezaron a repartir, partir y discutir. Un hombre que iba parado les dijo que "de perdida pónganle algo pa que valga la pena". Pero ellos lo ignoraron y siguieron con sus manoteos hasta que bajaron en Chapultepec. Miento, en Auditorio Nacional. "Esos de seguro van de pinta al zoológico", mascuyó una señora de mal ver.
El tren siguió su curso, yo me bajé y tomé un camión hacia el Ajusco y el día no pasaría a mayores a mayores, si no fuera porque a la mañana siguiente, el hombre robusto que iba sentado frente a mí extrajo una baraja de su chamarra y me dijo a quemarropa, "¿Jugamos?". Más por respeto que por ganas le dije que sí. "Va conquian de a peso, once para hacer doce", me dijo. Y a conquian de a peso. Ni ganamos, ni perdimos cuando llegamos a la del Muerto. Varias tablas y uno que ganó él y otro, yo. "Como negocio, esto vale madres", pensaba cuando me subí al camión. El hombre, Rodolfo, como supe después, me veía como queriendo seguir el juego, pero dónde, ahí no se podía. No es que me haga el tonto, pero, yo también quería seguirle, pero no.
El fin de semana que siguió fue lento, y el lunes fue como si nos hubiéramos puesto de acuerdo. Ahí estábamos en actitud de complicidad para continuar la partida. Él, por su complexión entró echo un bólido y me apartó el sitio de enfrente. Allá por Refinería, los otros dos que iban a nuestro lado le entraron también a la jugada, sólo que ahora sería de ocho pra hacer nueve. Sobra decir que en cosa de un mes, todos los asientos enfrentados de los vagones eran centros de juego de baraja. El original conquian de Rodolfo y yo pasó a mejor vida en poquísimo tiempo. Era muy lento y cambiamos, muy a nuestro pesar al poquer, con jugadas que no terminaban en empate, y se podía ganar una buena lana en un solo viaje.
Pero la envidia es una de las cosas más cochinas que tiene la envidia humana. No bien supieron qué es lo que pasaba en el metro, los directivos del Metro dijeron que o ellos también jugaban o cerraban el garlito. Hombre, ¿pero qué necesidad tenían estos grandes potentados de andar a las siete de la mañana, bien bañaditos y peinados, con sus trajes hecho a la medida, tan bien presentados, pues, qué hacían ahí apretujándose con toda la plebe que apestaba a sangre, sudor y miados? Claro, el negocio suyo de reventa de refrescos, tacos, papitas y demás golosinas en el interior de los vagones dio un alza que todavía añoramos esos olores de paquetitos de cacahuates recien abiertos, el fuitsshhhh de las coca colas al abrise con sus chispas de ser tomadas. Qué tiempo aquél, sí señor. Pero la pirámide de la envidia es cabrona. El señor C. presidente no podía llegar hasta allá, y dio decreto para que se eliminaran todos los vagones viejos del metro. No disimulaba su risita cruel de jodienda al dar el mensaje que se transmitió a toda la nación, "Y tendremos así el metro más moderno del mundo". Las protestas no hicieron niguna mella. Hicimos paros, huelgas, pero para nada, nada que nos hicieron caso. La modernidad abrió su paso, como debía ser, y el metro de la línea 15, el Especial, que va de la Polanco a City Santa Fe, pasando por Lomas es una cosa de otro mundo, con aire acondicionado, vagón bar, vagónde fumadores y, por supuesto, mesitas profesionales de poquer. Y para nosotros, ni para un albur.