El sublégrafo
“Escribo. Escribo que escribo”
Salvador Elizondo
También quiero ser un grafógrafo. Y acaso lo sea, pero más por un garabato que surgiera de mí que por una línea continua que se estreche en una idea torcida, una curva que se ensanche por la base para darle cuerpo, que se estire hasta el cielo línea azul; un grafo que, visto de cerca, semeje el hilo de la madeja con que juega el gato; o la inscripción en el vaho del vidrio de la ventana; ilegible palabra en la arena que el mar se lleva dentro. Yo también quiero; pero escriba lo que escriba, la irregular forma de las grafías se confundirán con la cabellera, con los hilos de los árboles, con el mismo viento que impedirá que mi escritura se trueque en la palabra que lees, en esa letra que roba tu atención o te asalta desde una de las esquinas por donde doblan tus emociones, giros inesperados de tu respiración contraída por el trastabillar del texto inconexo escrito ante ti, tu lectura. No escribo, ejerzo el trazo inútil desde el que te miro, desde el que me miras, como si el ímpetu de una ele tuviese el oscilar vertical y enérgico de la varita de director, o la ese susurrara pequeñas olas de mar sobre la arena; viento que vuelve y retoma el garabato que dejaste en la arena, ¿lo recuerdas?, aquella tarde de tu infancia, antes de la noche en que exhalaste al vidrio y repetiste el movimiento del palito sobre la arena, símbolo con el que aclaraste el brillo de las farolas a su paso a través de esa curva de idea torcida como la de tu mano, donde te detienes a pensar que escribes, en un papel, en una idea, en ti, en ti misma, acaso en ti escrito en ti.