Décima de segundo
La muñeca consentida juega con las flores de su jardín. "Chica, vete a tu casa, no podemos jugar", le dice conforme va rodando sobre su eje, pero ella sigue sin que al mundo descomunal le interesen los cabellos dorados que parecen sol. La lucha continúa, los gigantes no se cansan, una ráfaga de aire frío corre por las calles mojadas que la han visto crecer; la luz de la mañana entra en la habitación y él, no quiere otra cosa que revolver el tiempo con el café; "¿acaso hay alguien más aquí?", demasiado tarde para comprender: y vuela, va saltando de hoja en hoja, percibe lo cerca que anda de entrar; sigue, rodando sobre su eje, paralelas vienen siguiéndolo, mas ella continúa jugando con las flores de su jardín... algo le dice, pero ella ya no escucha acostada, a su lado sin saber por qué, suspira: "Ahora tú, no dejes de hablar".
i. m. Antonio Vega