O un espacio para historias muy comunes, de todos los días, en día.

Dec 17, 2008

Reflejamiento

Pero, en realidad, existía dentro del vidrio.




















imagen: Espejo / luis reynel jiménez @ www.artelista.com

Oct 29, 2008

El espejo desierto

Sueñas...

            Camino entre los pequeños matorrales del desierto. El sol se siente fresco. Más bien una fresca brisa golpea los arbustos, juega con mi cabello, ondula la resolana. Cierro los ojos y aspiro humedad.

            La mancha terrosa en el azogue tras el cristal no impide que el yo virtual sonría ante mi cara de desconcierto. La habitación es una ruinosa oscuridad antigua. Los muebles se mueven intactos en ella. La silla tiene la forma de una cama, y la cama se ha deformado en una mesita con despertador de números anaranjados. Acomodas los cabellos, sonríes y te miro. De la almohada surge música de letanía y ensueño.

            Los rayos caen verticales en la cúspide de la pirámide, resbalan sobre los cuatro triángulos y se sumergen en la arena. La luna muestra magnífica su calidad reflexiva, catarata sobre la vieja construcción, sonrío detrás como conejo.

            Mis pasos se diluyen entre la arena. La dificultad crece, y a lo lejos, desde un sitio incierto, grita algo que me recuerda al agua: desierto con pequeñas plantas casi secas, un murmullo crece y evoca música de alegría. Bailo.

            Nada más incierto que la mancha terrosa...

            Sólo es un instante: la luz aprisiona la pirámide y la levanta con toda su raíz. Semeja la vida subterránea de un hongo, miles de cámaras secretas cuelgan como sarcófagos muertos. Si un ataúd muriera, así lo sentirías. Lo percibes y respiras tu propio temor en forma de humedad que imaginas en medio de un desierto.

... el cabello juego juega antojadizo tras ella...

¿Recuerdas haberme besado mientras tu mano acariciaba mi cabeza?

            El sol. El nuevo sol gira sobre mí. Tengo la seguridad de que el desierto es una alucinación. A lo lejos las olas se levantan. El panorama gira mientras corro. Las olas surgen desde cualquier punto, siempre a lo lejos, muy lejos, sin lograr alcanzarme. Por más que corro están allá, fuera de mí, fuera de alcance, pero muy cerca.

..., la mancha se mueve caprichosa ante tu mirada: adonde la fijas camina, y yo en el centro de todo.

            Es sólo un instante, pero basta para escuchar el tamborileo de la arena en la almohada, letanía y ensueño. Las raíces de la pirámide sobre tu cara se sacuden nerviosas, con vida propia, sin llegar a tocarte, pero lo hace la música desde la almohada.

            El enorme espejo de la habitación ruinosa tiene cuatro protuberancias de oro en sus esquinas. Semejan pequeñas pirámides que se encienden, al menos ante el resplandor que las toca.

—¡Un rayo! ¿Lo fotografiaste?

            Es el nuevo sol que cruzó por un instante nuestra habitación solitaria.

            Por más que huyo no llego a las enormes olas del mar. Vienen veloces de todas partes y no me atrapan: Enormes fauces que no terminan de engullirme. Corro. Un rayo cruza el cielo, la tierra trepida, la luz disminuye, llueven piedras a mi alrededor. Me cubre una nube de ataúdes que se sacuden la tierra, y una pestilencia pútrida lo invade todo.

            Ciertamente la habitación tiene años de abandono. La humedad se apoderó poco a poco de las cortinas, las maderas, el suelo y del espejo hasta cercarlo en una mancha terrosa.

Se dice que somos nuestra propia muerte, ¿lo puedes creer?

            El tamborileo crece en intensidad. No proviene de la almohada. La lejanía te lo indica. Tampoco tiene un ritmo. Más bien semeja un toc toc toc sobre una puerta.

            Abro los ojos en la penumbra. El desierto es un fino polvo que me los hiere. Los cierro de nuevo y escucho el toc toc toc de piedras que golpean la arena sin tocarme.

            Abres los ojos con sobresalto, los abro también. Sacudimos la cabeza. Me ves, te miro. Tu cara tras la mancha terrosa es de desconcierto y no puedo evitar reír.

... sueñas.

Abres lo ojos en la nueva luz. Miras hacia la mesita y los números naranja del reloj te parecen pálidos. Suena el timbre y lo desactivas con una suave presión sobre él. Te vistes frente al espejo y sales a caminar el nuevo día. El desierto brilla como nunca, y aspiras la humedad de mar cercana.

Aug 19, 2008

la historia del perro que se muerde la cola

entró al bar y pidió una ronda de tragos para él
bebió nostálgico y al terminarlos salió en chinga del lugar

al llegar a la esquina recordó que había olvidado algo y regresó

entró al bar y pidió una ronda de tragos para él
bebió nostálgico y al terminarlos salió en chinga del lugar

al llegar a la esquina recordó que había olvidado algo y regresó...










imagen: Sin titulo 150808 / antonio j obrero dominguez @ www.artelista.com

Feb 25, 2008

El sublégrafo


“Escribo. Escribo que escribo”
Salvador Elizondo


También quiero ser un grafógrafo. Y acaso lo sea, pero más por un garabato que surgiera de mí que por una línea continua que se estreche en una idea torcida, una curva que se ensanche por la base para darle cuerpo, que se estire hasta el cielo línea azul; un grafo que, visto de cerca, semeje el hilo de la madeja con que juega el gato; o la inscripción en el vaho del vidrio de la ventana; ilegible palabra en la arena que el mar se lleva dentro. Yo también quiero; pero escriba lo que escriba, la irregular forma de las grafías se confundirán con la cabellera, con los hilos de los árboles, con el mismo viento que impedirá que mi escritura se trueque en la palabra que lees, en esa letra que roba tu atención o te asalta desde una de las esquinas por donde doblan tus emociones, giros inesperados de tu respiración contraída por el trastabillar del texto inconexo escrito ante ti, tu lectura. No escribo, ejerzo el trazo inútil desde el que te miro, desde el que me miras, como si el ímpetu de una ele tuviese el oscilar vertical y enérgico de la varita de director, o la ese susurrara pequeñas olas de mar sobre la arena; viento que vuelve y retoma el garabato que dejaste en la arena, ¿lo recuerdas?, aquella tarde de tu infancia, antes de la noche en que exhalaste al vidrio y repetiste el movimiento del palito sobre la arena, símbolo con el que aclaraste el brillo de las farolas a su paso a través de esa curva de idea torcida como la de tu mano, donde te detienes a pensar que escribes, en un papel, en una idea, en ti, en ti misma, acaso en ti escrito en ti.

Feb 13, 2008

terapia de pareja —o juego deconstructivo para San Valentín

el terapeuta calcula la incertidumbre relacional, en este caso no es el gato y las dos cajas del EPR, si tuviera las palabras para entrar en tu cuerpo, ¿qué esperas para decir la palabra? con la fórmula: el margen del conocimiento de una persona multiplicado por el margen de su individualidad es mayor que la constante de ideales de Jung; más bien se trata de ella y él en cada una de sus esferas separadas por el mar de los imposibles y tu mente se abriría a mí ¿no comprendes que no puedo brincar hasta ti? significa que entre más se conoce a una persona, menor su individualidad en una pareja y abren la primera esfera: vacía, él debe estar en la esfera de ella pero nada me lo garantiza lo hemos intentado de muchas maneras, esto quiere decir que entre más se conocen, mayor el error al amar, por lo que los terapeutas sonríen satisfechos, y esperan porque debo tragarme esta ansiedad de estar contigo, esta inseguridad de ti, esta falta de valor mío, yo no puedo decir tu palabra revisa el resultado del cálculo tras un lapso que consideran prudente, abren la esfera de ella: estoy paralizada, mi mundo es el de hoy, el tuyo el de unos años atrás, verificado: ella y él son pareja imposible, se miran con desconcierto, no saben qué pensar, nunca había vivido una situación como ésta todo mi ser hierve esperando tu voz también vacía, quizá Dios sí juegue a los dados

Feb 8, 2008

Destrozando al maestro Jaime Sabines



lecturas

Me quité la piel para estrecharte

—Al Justiniano se lo llevó la ambulancia otra vez.
—¡Chingaos!, ya le he dicho que la poesía no es lo que dice, pero no hace caso.


Atrapada por ella misma
Los amorosos callan. El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable.

Rebeca no soportaba a Guzmán. Le parecía tan corriente, vulgar; el sudor siempre en las manos. Porque estrechar su mano le resultaba repugnante. Así, evitaba incluso los buenos días o los hasta luego ordinarios en la oficina donde laboraban.

Guzmán, por supuesto, estaba loco por Rebeca. El grado de altivez de la mujer sería, quizá, lo que más lo atrapaba; ese gesto de frialdad en sus actitudes con él lo hundía en algo que él interpretaba como amor.

Cuando la situación se volvía insoportable para él, hace un par de meses, su corazón dio un vuelco tras leer aquel poema. Comprendió que Rebeca también estaba muy enamorada de él, de Guzmán, y al día siguiente, tras dirigirle la mejor de sus sonrisas, le retiró el habla en correspondencia al amor de ella.

Así, anoche Rebeca se embriagó a morir, no porque cumplía años, sino para perder la noción de su realidad, para escapar por un momento de sí misma. No. No comprendía. No era posible: se había enamorado del puto Guzmán.