La casa roja, de Puri
La casa roja
Purificación Menaya Moreno
La casa roja
guardaba un secreto. Todos los chicos del barrio lo sabíamos. Pero ninguno se
atrevía a cruzar el umbral para desvelarlo.
Nunca vimos
a nadie
entrar
ni
salir
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A pesar de todo,
no parecía abandonada: puerta y ventanas como nuevas, cortinas tras los
cristales, geranios con flores rojas.
Alguien rompió un
cristal de una pedrada, y al día siguiente estaba cambiado.
Aposté ante todos
que esa tarde entraría en la casa roja. El beso de Lucía sería mi recompensa:
ella me creía un cobarde.
Los cobardes
tienen suerte, pensé.
Y abrí la puerta
de la casa roja.
Sin llamar
|
Baldosas recién
fregadas. Me limpié en el felpudo que decía
BIENVENIDO
La casa estaba
vacía. No se oía ningún ruido. Si hubiera habido arañas, las habría oído tejer
su tela en los rincones. Silencié mis pies sobre las baldosas. No quería despertar
a los fantasmas.
La puerta se
cerró detrás de mí, sin sonido. Sentí la compañía de ausencias olvidadas. Y aunque en ese momento supe que no podría
salir, no tuve miedo.
Solo añoraba el
beso que Lucía me había prometido. Tanto pensé en ella que convoqué su
presencia. Temblando, Lucía me dio un beso. Yo salí de la casa con el humo de la chimenea.
Lucía se quedó
allí. Ella es quien friega el suelo. Quien limpia los cristales. Quien riega
los geranios. Nadie ha vuelto a verla nunca
más.