O un espacio para historias muy comunes, de todos los días, en día.

May 11, 2011

Décima de segundo

La muñeca consentida juega con las flores de su jardín. "Chica, vete a tu casa, no podemos jugar", le dice conforme va rodando sobre su eje, pero ella sigue sin que al mundo descomunal le interesen los cabellos dorados que parecen sol. La lucha continúa, los gigantes no se cansan, una ráfaga de aire frío corre por las calles mojadas que la han visto crecer; la luz de la mañana entra en la habitación y él, no quiere otra cosa que revolver el tiempo con el café; "¿acaso hay alguien más aquí?", demasiado tarde para comprender: y vuela, va saltando de hoja en hoja, percibe lo cerca que anda de entrar; sigue, rodando sobre su eje, paralelas vienen siguiéndolo, mas ella continúa jugando con las flores de su jardín... algo le dice, pero ella ya no escucha acostada, a su lado sin saber por qué, suspira: "Ahora tú, no dejes de hablar".

i. m. Antonio Vega

El rectángulo

La rata salta sobre el empedrado de mil colores, y los colmillos del perro se aferran a la pierna morada; claro, la ventana está para recibir los rayos de la mañana como cada mañana, y el grito de Rita rodea de rojo las paredes de la habitación, porque Martín no deja de pintar Palacio Nacional en cada una de las páginas del cuaderno que su mamá le regaló, y que se puede ver dentro de un pequeño cuadrito: una mano extendida otorga la paz, y un gato se acomoda en el vientre de la niña rubia y risueña. Realidades pasajeras en cada uno de los albores verdes que atraviesan los cristales de la ventana, enmudecen, se transparentan y las lágrimas no pueden evitar resbalar por la mejilla de la rata... corre, el miedo, el cine vibra: el tremor de las explosiones iluminan la esquina derecha y unas cuantas luces destellan en el gato. La pierna... continúa aprisionada, por todo el tiempo que la tela soporte colgada al sol, a las sombras, y sobre todo, a las miradas. Ojos de gato y perro apuntan al cielo en distintas esquinas. Nada se mueve, todo se discurre y el libro emana letras, los estruendos de la película no dejan de cortar, pero acaso, hasta lo más bajo de todo en la dirección de la mentira, se encuentre con una rasgadura, pero el tiempo se diluye de nuevo con el color verde, se eleva como una voluta y el cigarrillo, del otro lado, no está en una mano ni en otra, sólo la pierna sin perro, lejos de donde el sol penetra y se cuela en los ojos; el gato, el perro inmóviles y la rata entre sus colores pisa unas letras breves que semejan kandinski, acaso.



imagen: st/Enrique Mario Federico @ www.artelista.com

May 5, 2011

Personnage


—Voy por cigarros, le dijo a sus hijos.

Estaba ansioso por probar la nueva marca, la nueva personalidad. Sin poder resistir más, encendió un cigarrillo, y luego otro y otro quedando envuelto en una nube azulada gris absorbente, nube purificadora: albor paulatino en el alma y la piel, estilismo en la figura, cara inflamada de satisfacción —una estrella de tres líneas, y los tres puntos de sus facciones así lo demuestran—, las risas de los niños y el juego con el fantasma suyo dignificaban la presencia adquirida.


imagen: Personnage/Joan Miró

May 3, 2011

Despertar

Afrodita ha amanecido con las medias de seda atadas en la cabeza conteniéndole la resaca del éxtasis de anoche. La vista cae en el buró y le sonríe lacónica a la fría cuchara y a la hipodérmica. La entropisinitina intravenosa le ocasiona aquellos placeres que sólo su piel puede percibir y que, por supuesto, ningún hombre podría darle, aun cuando la pudiera ver. Piensa que es una lástima que ni siquiera su dignidad divina la libre de los efectos secundarios de la maravillosa droga, y se desliza de nuevo entre las sábanas. El día aún brilla en el Olimpo.















imagen: mujer con turbante y vela/Juan Ardohain @ www.artelista.com

Mar 25, 2011

un houdini mejicano

camina sigiloso por bardas
salta el cerco
silencio
solitario
oscuridad

la luna creció un poquito

—toc toc toc
—¿quién?
—¡la polecía! date preso ¡te tenemos rodiado!
—¡ay..., en la madre!
—anoche olvidaste el puñal en la cama de la mujer...



¡extra extraaaaa! escapó ladrón asesino por tunel en su casaaaaa... la policía nomás se quedó con un puñal... ¡extra extraaaaa!



imagen: Ciudad III/Oscar Campos @ www.artelista.com

Mar 18, 2011

El clavado perfecto

a Laurel

Años de preparación. En la plataforma, las manos arriba, erguido, los talones levantados, se impulsa. Salta al vacío, gana la vertical, toca las aguas, su reflejo emerge de ellas, gana el aire sin salpicar una gota y el estruendo de las palmas premia el esfuerzo.








imagen: Circo clavadista / Matías Montero Lacasa @ www.Artmajeur.com

Jan 10, 2011

Una aventura navideña en el D. F.

El anuncio del periódico le iluminó el rostro. La inmortalidad le sonreía desde las letras. Era posible. Pensó que necesitaba solo realizar un esfuerzo y escribir un cuento navideño con vampiro. Clavado a sus más oscuros deseos, narraría cualquier cosa extraordinaria y el resto vendría por sí mismo.

Nochebuena, el momento ideal para capturar la historia. Se colocó la capa roja con bordes blancos, cuello rígido, y se dirigió a la ventana para salir a la calle. No. Se detuvo. Eso resultaba muy ordinario. Mejor saltar por la puerta al frío de la noche sin luna.

¿Volar? Le pareció una posibilidad lejana para iniciar su aventura vampírica, y acudió a la parada en el Eje Central.

Bajó en Garibaldi y se internó en las calles que rodean a la Plaza. Un bate surgió de una esquina, dirigido a su cara. Logró esquivarlo gracias a sus felinos reflejos. La fuerza de sus puños, la elasticidad de su cuerpo y los conocimientos en artes marciales pusieron fuera de combate a los tres hombres en un santiamén. Antes de una reacción de ellos, se alejó rumbo a casa.

Tenía algo digno de contar. Solo necesitaba la causa, pero ¿qué otra cosa mejor que la extraordinaria pobreza? Con esto en mente, escribió su “Aventura navideña en el D. F.”:

“En un oscuro callejón, el vampiro fue atacado a palos tras ser confundido con un noble conde o un barón de alcurnia. El primer golpe le saltó los dientes por los aires. Ya sin defensas, le pegaron a discreción, y con saña porque no le encontraron ni una moneda en los bolsillos. Su inerte cuerpo amaneció bajo las cajas de cartón con las que hubiera querido ocultarse de la mortal luz que lo aniquiló”;

y aquella misma Nochebuena lo envió a Marcial, Gerardo y Leo, jurado del concurso navideño de aquella temporada.

Estaba feliz. Su historia sería ganona y con ella obtendría la inmortalidad. Sin embargo, una pequeña ayuda no le vendría mal a su suerte, y las siguientes noches se las pasó detrás de las ventanas de los señores jurados.

Desde ahí leyó todas las historias y supo que su cuento no tenía posibilidad alguna de ganar. No entendían la soledad del ser eterno, por lo que pensó que debían conocerla antes del dictamen final.

Así, el día de Reyes, los esperó, uno a uno, a su llegada al local de las premiaciones y uno a uno les transmitió la sensación de la eternidad: uno a uno los convirtió en vampiro, y ganó.

Al recibir su premio comprendió que el reconocimiento no lo proporcionaba una botella de excelente whisky escocés. No. Quizá un poco de olvido sí, pero inmortalidad, jamás.

Con el mareo de su trofeo, se fue solo a casa con los libros bajo el brazo. Le consolaba la idea de que las artes plásticas bien le podrían pintar el camino para deambular en la memoria de los hombres.